EN QUÉ CONSISTE SER ALCOHÓLICO
Aparte de la carga emocional de la palabra alcoholismo, hay gran falta de información sobre lo que es esta enfermedad.
Los alcohólicos, avergonzados, se niegan a que les cuelguen la etiqueta humillante y siempre encuentran razones para demostrar que ellos no son lo que se le dice. Cualquier alcohólico nos pondrá como evasiva el ejemplo de otros que están peor que él.
¿QUÉ ES SER ALCOHÓLICO?
¿Es tener náuseas y temblores, estar enfermo del hígado, faltar al trabajo o no rendir en él, discutir con la pareja o desentenderse de la vida familiar? ¡NO! Estas son algunas consecuencias muy manifiestas del alcoholismo, pero no el alcoholismo en si mismo
.Los alcohólicos, avergonzados, se niegan a que les cuelguen la etiqueta humillante y siempre encuentran razones para demostrar que ellos no son lo que se le dice. Cualquier alcohólico nos pondrá como evasiva el ejemplo de otros que están peor que él.
¿QUÉ ES SER ALCOHÓLICO?
¿Es tener náuseas y temblores, estar enfermo del hígado, faltar al trabajo o no rendir en él, discutir con la pareja o desentenderse de la vida familiar? ¡NO! Estas son algunas consecuencias muy manifiestas del alcoholismo, pero no el alcoholismo en si mismo
Entonces, ¿qué es ser alcohólico? ¿Es beber alcohol? ¿Es beber demasiado alcohol? ¿Es emborracharse?
Lógicamente, el alcohólico bebe alcohol, y suele hacerlo en grandes cantidades, pudiendo, a menudo, emborracharse o manteniendo un estado de semiinconsciencia o sopor. Pero ese no es un patrón universal ya que hay personas que beben alcohol, que beben mucho alcohol y hasta que se embriagan a menudo, y no son alcohólicas. Lo característico del alcohólico es que no puede controlar el consumo, o dicho de otra manera, ha perdido la libertad ante el alcohol.
Una persona que no sea alcohólica tiene libertad para beber o para no beber. Una persona que no dependa de esta sustancia, domina el alcohol desde la libertad de elección de consumirlo o no. Bebe cuando su voluntad le permite beber, cuando su conocimiento se lo autoriza.
En cambio, el alcohólico ha perdido las riendas del alcohol. Ya no es él quien manda, si no el tóxico. El alcohólico, aunque a menudo trate de engañarse a si mismo, sabe que debería dejar de beber pero no puede. Aunque comprenda que le hace daño, está prisionero en el mundillo que le crea el alcohol y no tiene fuerza de voluntad para salir.
Naturalmente, el alcohólico suele tratar de engañarse a si mismo y lo consigue con bastante frecuencia:
“¿Quién dice que yo no puedo dejar de beber? ¡Yo dejo de beber en cuanto quiera! Lo que pasa es que no veo ninguna razón para dejarlo.”
Se hace así ilusiones de que él bebe porque quiere cuando, en realidad, bebe porque no puede evitarlo y acalla la voz de su conciencia con esos pretextos.
El alcohólico no puede reprimir su necesidad de consumo porque la sustancia, el alcohol, ha pasado a formar parte de su vida, le es necesario para gestionar su propia y nueva identidad, ya que la que poseía anteriormente ha quedado absorbida por el alcohol y sus consecuencias.
Esta misma dependencia la generan otras sustancias o comportamientos sin que tengan la carga emocional que tiene el ALCOHOLICO.
El fumador no puede vivir sin tabaco. Los perjuicios que provoca no son nada desdeñables, hasta el punto que los Gobiernos de casi todos los países se han visto obligados a legislar sobre su consumo, advertir de los riesgos del mismo en el propio producto, etc …
Igualmente los fármacos administrados de forma autodiagnóstico pueden generar serios peligros para el consumidor y su entorno según el producto. Sin embargo, la reacción ante un consumo desmesurado de alcohol produce dos situaciones contradictorias, la tolerancia excesiva hacia quien lo consume o el rechazo más absoluto.
Socialmente aceptamos que el tabaquismo, aun siendo una fuerte dependencia, no modifica nuestro comportamiento y consideramos a quien lo padece como alguien “no agresivo socialmente” y por lo tanto previsible en sus reacciones y comportamientos.
Igualmente la ingesta medicamentosa la vemos con posibilidad de remisión en la medida en que es competencia de un sector especializado, la medicina, que en cualquier momento puede asumir el control de la situación.
Reconocerse ALCOHOLICO es un síntoma positivo en la medida en que se acepta la dependencia y por lo tanto el que así se califica reconoce su deseo, aunque sea incipiente, de solucionarla.
Ante la dependencia alcohólica todos tememos ser víctimas indirectas de sus consecuencias, bien por los tremendos cambios que comporta en la personalidad del que la padece, o bien por temor a que se nos asocie como tales por un mero hecho de consumo del alcohol.
Ante esta dualidad y la difícil frontera que plantea optamos por una actitud socialmente ambigua en el sentido de aislarnos del enfermo ALCOHOLICO en la medida en que nos es ajeno o distante, y la permisividad indiscriminada ante el consumo que NO nos afecta. Esta situación, ambigua cuando más, propicia a la marginación a los que padecen la enfermedad y a una escasa actitud preventiva ante fenómenos que pueden derivar hacia la enfermedad alcohólica.
Una persona que no sea alcohólica tiene libertad para beber o para no beber. Una persona que no dependa de esta sustancia, domina el alcohol desde la libertad de elección de consumirlo o no. Bebe cuando su voluntad le permite beber, cuando su conocimiento se lo autoriza.
En cambio, el alcohólico ha perdido las riendas del alcohol. Ya no es él quien manda, si no el tóxico. El alcohólico, aunque a menudo trate de engañarse a si mismo, sabe que debería dejar de beber pero no puede. Aunque comprenda que le hace daño, está prisionero en el mundillo que le crea el alcohol y no tiene fuerza de voluntad para salir.
Naturalmente, el alcohólico suele tratar de engañarse a si mismo y lo consigue con bastante frecuencia:
“¿Quién dice que yo no puedo dejar de beber? ¡Yo dejo de beber en cuanto quiera! Lo que pasa es que no veo ninguna razón para dejarlo.”
Se hace así ilusiones de que él bebe porque quiere cuando, en realidad, bebe porque no puede evitarlo y acalla la voz de su conciencia con esos pretextos.
El alcohólico no puede reprimir su necesidad de consumo porque la sustancia, el alcohol, ha pasado a formar parte de su vida, le es necesario para gestionar su propia y nueva identidad, ya que la que poseía anteriormente ha quedado absorbida por el alcohol y sus consecuencias.
Esta misma dependencia la generan otras sustancias o comportamientos sin que tengan la carga emocional que tiene el ALCOHOLICO.
El fumador no puede vivir sin tabaco. Los perjuicios que provoca no son nada desdeñables, hasta el punto que los Gobiernos de casi todos los países se han visto obligados a legislar sobre su consumo, advertir de los riesgos del mismo en el propio producto, etc …
Igualmente los fármacos administrados de forma autodiagnóstico pueden generar serios peligros para el consumidor y su entorno según el producto. Sin embargo, la reacción ante un consumo desmesurado de alcohol produce dos situaciones contradictorias, la tolerancia excesiva hacia quien lo consume o el rechazo más absoluto.
Socialmente aceptamos que el tabaquismo, aun siendo una fuerte dependencia, no modifica nuestro comportamiento y consideramos a quien lo padece como alguien “no agresivo socialmente” y por lo tanto previsible en sus reacciones y comportamientos.
Igualmente la ingesta medicamentosa la vemos con posibilidad de remisión en la medida en que es competencia de un sector especializado, la medicina, que en cualquier momento puede asumir el control de la situación.
Reconocerse ALCOHOLICO es un síntoma positivo en la medida en que se acepta la dependencia y por lo tanto el que así se califica reconoce su deseo, aunque sea incipiente, de solucionarla.
Ante la dependencia alcohólica todos tememos ser víctimas indirectas de sus consecuencias, bien por los tremendos cambios que comporta en la personalidad del que la padece, o bien por temor a que se nos asocie como tales por un mero hecho de consumo del alcohol.
Ante esta dualidad y la difícil frontera que plantea optamos por una actitud socialmente ambigua en el sentido de aislarnos del enfermo ALCOHOLICO en la medida en que nos es ajeno o distante, y la permisividad indiscriminada ante el consumo que NO nos afecta. Esta situación, ambigua cuando más, propicia a la marginación a los que padecen la enfermedad y a una escasa actitud preventiva ante fenómenos que pueden derivar hacia la enfermedad alcohólica.
¿CÓMO SE HACE UNO ALCOHÓLICO?
Hay varias puertas para llegar al alcoholismo.
Algunos son personas atormentadas o angustiadas o deprimidas o personas que han sufrido graves penalidades o contrariedades en su vida cotidiana. Estas personas terminan comprobando que, cuando beben, el alcohol les ayuda a huir de esas situaciones o vivencias no deseadas envolviéndolos en un panorama hecho a la medida de sus deseos, aunque falsamente, y exento de sus problemas. Por lo tanto, cada vez recurren a él con más frecuencia para buscar alivio.
Otros, en cambio, se inician de una forma lúdica o como mecanismo de puro y simple consumo, sencillamente lo hacen como una forma de manifestación social. Desgraciadamente, es muy frecuente en estos casos iniciar de forma inconsciente y desenfadada al futuro bebedor excesivo en edades muy tempranas.
Otros empiezan a beber como una manifestación de grupo. Son jóvenes adolescentes sin problemas, que beben por alternar con amigos o compañeros. Poco a poco van bebiendo hasta que llega un momento en que no pueden prescindir del alcohol para mantener su mundo de relaciones. Además a esas edades tempranas, el organismo del joven aun no esta bien conformado, con lo que la inclusión habitual de este tóxico en su “dieta” va a propiciar la dependencia. Este segmento es uno de los que actualmente levantan y suscita los mayores comentarios por repercusión social que supone, ya que las manifestaciones no deseadas del alcohol se van a producir de una forma muy espontánea y debido a la falta de madurez del individuo el grado de desinhibición que le va a suponer va a repercutir en cualquier entorno en que se consuma.
Otros lo utilizan como un mero instrumento que les va a permitir el acceso a otros consumos de sustancias tóxicas o comportamientos adictivos, que sin el sentimiento de desinhibición que da el alcohol, ellos mismos se negarían. El alcohol suele ser la droga puente hacia otros consumos problemáticos, dándose la paradoja que al remitir en el consumo de esas otras drogas, se mantiene el consumo de alcohol como ultimo sustitutivo.
Y así, sucesivamente, podríamos ir desmadejando otro sin fin de situaciones de inicio, pero todas tienen un denominador común de riesgo. El alcohol es una DROGA y como tal termina por crear adicción y esta conlleva a la pérdida de la voluntad y de la libertad ante la elección de consumir o no consumir alcohol.
Es más, dependiendo de la vía por la que nos hayamos relacionado con el alcohol, a la larga, las causas que nos indujeron a su consumo, podrán pasar a ser la manifestación de nuestro propio alcoholismo. Así el bebedor social terminará siendo un bebedor solitario. El angustiado terminará por padecer fuertes cuadros de ansiedad y desasosiego. El joven que bebe para alternar terminará siendo rechazado por su entorno por que no le toleraran indefinidamente sus comportamientos. Además quedará un sustrato de dependencia física y psíquica que deberemos de tratar.
Tanto el proceso fisiológico como el psicológico y el social, terminan interactuando en el enfermo ALCOHÓLICO. En el primer caso, el tóxico que contiene el alcohol, termina generando un hábito en el propio organismo del individuo, de tal manera que en su ausencia, el organismo reacciona como lo haría ante la carencia de cualquier otra sustancia necesaria.
Por el contrario, si la ingesta de alcohol, se realiza por cuestiones psíquicas o de relación, iremos acostumbrando a nuestra mente a “funcionar” bajo los estímulos que el alcohol nos provoca, pero simultáneamente, el consumo de alcohol, irá generando un hábito fisiológico que “completara” el cuadro no deseado.
Esta interrelación psicosomática nos indica, claramente, porque el alcoholismo hay que tratarlo como una enfermedad, más allá de cualquier otra consideración social.
Para ponerse en contacto con nosotros diríjanse a: Asociación de Alcohólicos Rehabilitados NUEVO CAMINAR, C/Navajas, 12, C.P.41400, Écija, Sevilla, o en nuevocaminar1@hotmail.com.
Hay varias puertas para llegar al alcoholismo.
Algunos son personas atormentadas o angustiadas o deprimidas o personas que han sufrido graves penalidades o contrariedades en su vida cotidiana. Estas personas terminan comprobando que, cuando beben, el alcohol les ayuda a huir de esas situaciones o vivencias no deseadas envolviéndolos en un panorama hecho a la medida de sus deseos, aunque falsamente, y exento de sus problemas. Por lo tanto, cada vez recurren a él con más frecuencia para buscar alivio.
Otros, en cambio, se inician de una forma lúdica o como mecanismo de puro y simple consumo, sencillamente lo hacen como una forma de manifestación social. Desgraciadamente, es muy frecuente en estos casos iniciar de forma inconsciente y desenfadada al futuro bebedor excesivo en edades muy tempranas.
Otros empiezan a beber como una manifestación de grupo. Son jóvenes adolescentes sin problemas, que beben por alternar con amigos o compañeros. Poco a poco van bebiendo hasta que llega un momento en que no pueden prescindir del alcohol para mantener su mundo de relaciones. Además a esas edades tempranas, el organismo del joven aun no esta bien conformado, con lo que la inclusión habitual de este tóxico en su “dieta” va a propiciar la dependencia. Este segmento es uno de los que actualmente levantan y suscita los mayores comentarios por repercusión social que supone, ya que las manifestaciones no deseadas del alcohol se van a producir de una forma muy espontánea y debido a la falta de madurez del individuo el grado de desinhibición que le va a suponer va a repercutir en cualquier entorno en que se consuma.
Otros lo utilizan como un mero instrumento que les va a permitir el acceso a otros consumos de sustancias tóxicas o comportamientos adictivos, que sin el sentimiento de desinhibición que da el alcohol, ellos mismos se negarían. El alcohol suele ser la droga puente hacia otros consumos problemáticos, dándose la paradoja que al remitir en el consumo de esas otras drogas, se mantiene el consumo de alcohol como ultimo sustitutivo.
Y así, sucesivamente, podríamos ir desmadejando otro sin fin de situaciones de inicio, pero todas tienen un denominador común de riesgo. El alcohol es una DROGA y como tal termina por crear adicción y esta conlleva a la pérdida de la voluntad y de la libertad ante la elección de consumir o no consumir alcohol.
Es más, dependiendo de la vía por la que nos hayamos relacionado con el alcohol, a la larga, las causas que nos indujeron a su consumo, podrán pasar a ser la manifestación de nuestro propio alcoholismo. Así el bebedor social terminará siendo un bebedor solitario. El angustiado terminará por padecer fuertes cuadros de ansiedad y desasosiego. El joven que bebe para alternar terminará siendo rechazado por su entorno por que no le toleraran indefinidamente sus comportamientos. Además quedará un sustrato de dependencia física y psíquica que deberemos de tratar.
Tanto el proceso fisiológico como el psicológico y el social, terminan interactuando en el enfermo ALCOHÓLICO. En el primer caso, el tóxico que contiene el alcohol, termina generando un hábito en el propio organismo del individuo, de tal manera que en su ausencia, el organismo reacciona como lo haría ante la carencia de cualquier otra sustancia necesaria.
Por el contrario, si la ingesta de alcohol, se realiza por cuestiones psíquicas o de relación, iremos acostumbrando a nuestra mente a “funcionar” bajo los estímulos que el alcohol nos provoca, pero simultáneamente, el consumo de alcohol, irá generando un hábito fisiológico que “completara” el cuadro no deseado.
Esta interrelación psicosomática nos indica, claramente, porque el alcoholismo hay que tratarlo como una enfermedad, más allá de cualquier otra consideración social.
Para ponerse en contacto con nosotros diríjanse a: Asociación de Alcohólicos Rehabilitados NUEVO CAMINAR, C/Navajas, 12, C.P.41400, Écija, Sevilla, o en nuevocaminar1@hotmail.com.
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