Cuenta
el místico español San Juan de la Cruz, en una carta conservada en el Archivo
de Simancas, que Juana la Loca, hija de Isabel la Católica y madre del futuro
Carlos V, decía cosas tales como que "un gato de algalia había comido a su
madre e iba a comerla a ella", extrañas fantasías de una mujer misteriosa.
Sobre la regia locura de Juana se han esgrimido las más caprichosas hipótesis,
desde la que afirma que no padecía enajenación ninguna, sino un intolerable
protestantismo cruelmente castigado con el apartamiento, hasta la versión más
común que pretende, según la tesis de Marcelino Menéndez y Pelayo, que "la
locura de Doña Juana fue locura de amor, fueron celos de su marido, bien
fundados y anteriores al luteranismo".
Tampoco
los historiadores han dejado de tachar a su hijo Carlos I de España y V de
Alemania, a quien las circunstancias convirtieron en el más acendrado valedor
del catolicismo de su época, de haber incurrido en la heterodoxia, y ello
amparándose en el proceso que el papa mandó formar al emperador como cismático
y factor de herejes. Pero aquello fue un episodio motivado por aviesos
intereses políticos, cuyas razones se compadecen mal con la rectitud de los sentimientos
religiosos del emperador, quien en su retiro en Yuste confesaba a los frailes:
"Mucho erré en no matar a Lutero, y si bien lo dejé por no quebrantar el
salvoconducto y palabra que le tenía dada, pensando de remediar por otra vía
aquella herejía, erré, porque yo no era obligado a guardarle la palabra, por
ser la culpa de hereje contra otro mayor Señor, que era Dios, y así yo no le
había ni debía guardar palabra, sino vengar la injuria hecha a Dios."
Marcelino Menéndez y Pelayo apostilla que "al hombre que así pensaba
podrán calificarle de fanático, pero nunca de hereje".
El 24
de febrero de 1500, fecha en que los estados flamencos celebraban su día en
Prinsenhof, cerca de Gante, el archiduque Felipe el Hermoso y la archiduquesa
Juana, más tarde llamada la Loca, rendían pleitesía al nuevo rey de Francia,
Luis XII, a pesar del enfado del emperador Maximiliano y de los Reyes
Católicos. En medio de la ceremonia, Juana corrió al evacuador (un excusado
especial) y se encerró en él sin que Felipe se inmutara. Al cabo de una espera
excesiva las damas de honor, alarmadas, hicieron derribar la puerta, y Juana
mostró la razón de su encierro. Sola y sin ayuda había dado a luz a su primer
varón. Lo bautizaron con el nombre de Carlos en honor a Carlos el Temerario,
bisabuelo del niño.
Como hijo de Felipe el Hermoso y Juana la Loca, llegó
a manos de Carlos V una vasta y heterogénea herencia, en la que mucho tuvieron
que ver la combinación de matrimonios dinásticos y una serie de muertes
prematuras de los herederos directos de distintos tronos. Por parte de su
abuelo paterno, el emperador Maximiliano I de Habsburgo,
recibió los estados hereditarios de la casa de Austria, en el sudeste de
Alemania; por parte de su abuela paterna, María de Borgoña, obtuvo el ducado
borgoñón, que sin embargo estaba en poder de Francia, y además los Países
Bajos, el Franco-Condado, Artois y los condados de Nevers y Rethel. De su
abuelo materno, Fernando el Católico,
recibió el reino de Aragón, Nápoles, Sicilia, Cerdeña y sus posesiones de
ultramar; y de su abuela materna, Isabel la Católica,
Castilla y las conquistas castellanas en el norte de África y en Indias.
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